Como todos los años, este no iba a ser menos, cumplimos con nuestro deber de realizar las rutas de la temporada y con ello la celebración de tal hazaña. Este año cambiamos el restaurante por una comida campestre en el área de recreo del Alto del Rabizo. La jornada no pudo estar mejor, nos acompañó el buen tiempo, la comida abundante, la bebida tardó un poco mas por problemas de logística, pero al final llegó y pudimos disfrutar de un día de convivencia magnífico; tengo que decir que me llevé una pequeña decepción porque había varios que se habían apuntado a caminar un rato a las 9,30 y solo tres mujeres: María Jesús, Gloria y Andreína, y tres hombres: Carlos, Blanco y el que esto escribe, que aparecieron a la hora señalada, se entiende, la temporada fue dura... Ya hablaremos al comienzo de la próxima, mientras disfrutad de las fotos que como lo de la ventanita sigue sin dejármelo poner os dejo como siempre el enlace de Picasa: www.picasaweb.google.es/mario.piornal1
Ha sido un placer compartir con todos vosotros un año mas tan buenas jornadas de senderismo.
Nos vemos en la próxima temporada en EL SENDERO.
lunes, 2 de julio de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Salimos tarde y la ruta era larga. Elegimos comer en el camino. Teníamos experiencia de otras ocasiones, una buena meta cómoda, agradable, bien equipada entre pinos y mobiliario de piedra, el área pública, a la subida desde La empozada Robla, en el alto de El Rabizo.
Entre las parrillas, las mesas y bancos había extendida una larga mesa con no menos de cuarenta comensales en armónica complicidad. Muchos vestían camiseta amarilla corporativa que desde la distancia no podíamos leer, otros iban sin uniforme. Por el aire poco fastuoso de los congregados no parecía boda, tampoco bautizo y mucho menos funeral. Tenía más bien aire festivo y solidario, de camaradería. Tampoco, aunque lo pareciese, era una celebración de fin de curso o de carrera, demasiada mezcla, individuos de todo sexo, edad y condición, lo contrario de la uniformidad de los estudiantes de la misma quinta.
Despertó nuestra envidia no pertenecer a aquella gozosa congregación. En nuestra mesa, guardando las distancias, con discreción y humildad, sacamos nuestro huevo cocido, nuestro tomate verde, nuestra lata de atún en aceite y nuestra hogaza de Busdongo mientras nos llegaban voces apagadas por la distancia sobre lo bueno que estaban los embutidos, los entremeses o el cabrito, entre chistes y chanzas.
Alguien que se cargaba con servir a los demás alzó en el aire, dirigiéndose a nuestras lejanas narices, puestos los ojos en nosotros, una torta grande como nuestra hogaza y nos gritó que si queríamos probar. Sin pensarlo le contesté que sí y seguí, sin moverme, esperando a que nos sirviese. Marta me afeó el gesto, ¿cómo tenía el descaro de aceptar una invitación sin nada que ofrecer a cambio? Tenía en parte razón, en la parte comestible, no en la parte de la oferta. Como prójimo, algo tendríamos para darles. No era la tarta lo que más me apetecía en aquel momento, mucho más me apetecía el entablar relación con alguien que se atreve a algo tan insólito en estos tiempos como ofrecer algo a unos desconocidos sin pedir los papeles por delante ni sus creencias. Más que un pedazo de pastel hecho de algo tan simple como la harina, el huevo, el azúcar o el queso me interesaba el complejo ser humano que hacía la ofrenda, que detrás del pastel estuviese el participar con su tribu en el jolgorio, celebrar con ellos el júbilo de la amistad.
Si hubiese respondido lo contrario a lo que respondí, o con la ambigüedad característica de estos tiempos del no mojarse, si hubiese hecho caso a la corrección de Marta y hubiese dado un gracias cortés e inventado una excusa no solo hubiese renunciado al postre sino también al plato principal: la aproximación a aquel hombre robusto, con camiseta fosforito, cara amigable metida en el marco ovalado de los pelos blancos escasos no crecidos más de dos centímetros de la cabeza y la barba.
(continuación)
Cuando llegó a nosotros con la bandeja en ristre, para enmendar mi descaro me corregí diciendo que era una broma lo dicho. “Yo nunca ofrezco en broma”. Le respondí que me alegraba de que fuera así.
Nos intercambiamos comentarios, opiniones, decires neutros, impersonales, con prudencia, dejando caer alusiones sueltas, tanteando el terreno que se pisa para no meter la pata. Eran de La Robla, eran Por el Sendero , eran caminito del indio, como Atahualpa. Todos los años lo celebraban con una comida de hermandad. Esta vez la comida había sido campestre. Comentarios generales. Le felicité por el espíritu del grupo. Los otros, desde atrás, desde la mesa grande reclamaban su parte del pastel.
Volvió al rato Mario con una botella de orujo. Era la peor ocurrencia para después de una comida frugal, un postre copioso, unos cientos de kilómetros por delante y una siesta imposible pero tampoco era cosa de renunciar junto al orujo a la conversación con nuestro caminante de la vida. Se llamaba Mario yo Jaime. Con el mejunje empezamos a entrar en el ámbito personal. No hablamos del estupendo tiempo que hacía ni del excepcional paraje del que disfrutábamos, no hablamos de futbol, no hablamos de ninguno de los tópicos para iniciar una conversación en el ascensor o en la cola de la ventanilla del banco pero hablamos de Banco y de vilezas. Nos contamos vidas e inquietudes. Teníamos historias distintas pero creencias y esperanzas y sentimientos comunes. Hablamos de la marcha negra sobre Madrid de los mineros asturianos, leoneses, castellanos y aragoneses, de coraje y de lucha de clases. Mario era jubilado de la mina y lutier. Con pena, el tiempo inexorable no nos dejaba unirnos al grupo a compartir camaradería, teníamos que seguir nuestro sendero. Muchos senderos se cruzan. Nos despidieron cantando puño en alto el himno aquel de sangre y de costeros, de mineros y de pozos Marialuisa.
Una comida memorable.
......(continuación)......
Hola Mario:
Hermoso tu blog y también la ventana, o mejor puerta, de entrada.
Supongo que te han sorprendido estos anteriores comentarios nº 1 y 2 (hasta ahora sin comentarios) a tu relato del día 24 de junio de unos desconocidos al principio y que habrás acabado reconociendo.
Como soy bastante torpe en eso de la informática te he mandado mi carta en tres partes de forma a que quepa en la ventana de comentarios, y si efectivamente te llega, puedas elegir si quieres publicar algo.
Guardo fotos (lejanas) de aquel día por si quieres añadirlas a las vuestras. ¿Cómo te las envío ? Para mí lo más fácil es el correo electrónico.
Mi dirección es: jaimelisa@gmail.com
Abrazos a todos de Marta y míos.
Jaime
Muchas gracias Jaime y Marta por los comentarios, fué un placer haberos conocido aunque fuera tan efímero, pero como el mundo es un pañuelo, seguro que algún día nos encontraremos en EL SENDERO, un abrazo fuerte.
Publicar un comentario